Helena posiblemente no se acordará del número de proyecciones mamográficas que se hizo aquel fatídico día. Tampoco recordará el número de punciones que le hicieron sobre aquel grupo de microcalcificaciones que ella misma no se palpaba, al igual que no recordará los puntos que recibió en la cicatriz de tumorectomía, el nombre de los citostáticos que le pusieron o los Gy de radiación que recibió sobre su mama. Todo esto, en un momento, lo olvidará.
Sin embargo, Helena no olvidará nunca aquella llamada de Sanidad y de cómo le explicaron que se veía algo que no gustaba en su mamografía de control. No olvidará el momento en que le dieron la noticia de que padecía un cáncer y cómo se sintió en un instante derrumbar su vida. No olvidará las largas esperas, las incertidumbres, los miedos, ni el día en que tuvo que contarlo a sus seres queridos. No olvidará cómo los médicos, enfermeras, celadores o secretarias le hicieron sentir en ese peregrinar de puertas por distintos servicios oncológicos.
Helena sintió momentos de incredulidad, de desasosiego, de ira o de rabia, de tristeza y de preocupación. Estuvo días sin decir nada en casa, buscando el mejor momento para decirlo. Optó por ello para no ver llorar ni que le vieran llorando. El silencio cómplice del cáncer la envolvió por unos días en una tremenda soledad que tozudamente se adueñó temporalmente de ella.
Buscó ayuda de una psicooncóloga de una asociación de pacientes con cáncer que la escuchó, la acogó y le acompañó en su duelo personal, dándole algunas pistas de cómo afrontar todo lo que estaba viviendo y aprender a aceptarlo. Por fin pudo soltar la noticia en casa y la reacción de todos no pudo ser mejor. Cada uno a su manera quería demostrarle su cariño, su apoyo incondicional, su presencia, su calor y acompañamiento. Entre los amigos hubo una « selección natural », los que supieron estar a la altura de las circunstancias y los que no. El cáncer apostaba de ese modo por el valor de la amistad verdadera.
Salas frías de espera, a veces sin sitio si quiera para sentarse. Papeles de análisis y citas que se amontonan. Palabras desafortunadas de algunos. Profesionales que miran más la pantalla del ordenador que a Helena durante la consulta o que llaman a los pacientes a gritos por los pasillos. Pero afortunadamente los hay también de los que le regalan una sonrisa o le cogen en un momento bajo de la mano. Almas compasivas que hablan y ella es hasta capaz de entender lo que le dicen. A Helena en esos momentos se le ilumina la cara y siente confianza. Va a poder con ello.
« La gente olvidará lo que le dijiste, olvidará lo que le hiciste, pero nunca olvidará lo que le hiciste sentir »
Maya Angelou
Post escrito por Virginia Ruiz
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