Desde hace unos meses un coronavirus llamado SARS-CoV2 lo ha impregnado todo. Se ha colado como un intruso no deseado en nuestras vidas cambiando absolutamente todo. También se ha colado en la vida de los pacientes oncológicos que se han visto a si mismos como una población especialmente vulnerable. Han percibido la suma de un factor más que añadir a la complejidad de su enfermedad y sus tratamientos, a los que ya de por sí debe forzosamente enfrentarse en su día a día.
El miedo, la soledad o la incertidumbre se han dejado palpar en nuestra piel. No sólo en la piel de los pacientes, también de todos los que trabajamos en un hospital con y para el enfermo oncológico. Miedo a ser vectores de contagio sin saberlo. Miedo a contagiarnos porque el virus pululaba cada vez más cerca y de forma cada vez más virulenta. Miedo a contagiar a los pacientes o a tus seres queridos cuando llegabas a casa. La soledad impuesta por el confinamiento. En casa o en el mismo hospital. Confinamiento dentro del propio confinamiento: cero reuniones, distancia social, incluso con la propia familia, con los pacientes, con los colegas, con los amigos. Prohibido dar la mano, tocar, abrazar o besar. Incertidumbre por desconocer inicialmente la propia enfermedad COVID 19 y sus potenciales efectos devastadores que te hacían imaginar entrar en una especie de ruleta rusa en la que no sabías si a ti (¿por qué no?) te podía tocar la bala maldita.
Dentro de los servicios oncológicos hemos tenido que estar constantemente alerta para cerrar el paso al virus, rediseñar los espacios con entradas únicas, controles previos y máximas medidas de precaución e higiene. Difícil resultaba no llenar las salas de espera, así que tocaba tirar de consultas telefónicas para aquellos pacientes de revisión. La observación, el tacto y el mirar a los ojos de los pacientes, tuvo que sustituirse por una agudización del oído, de la escucha activa. Atinar con preguntas certeras, con tono y cadencia de voz cercana. Y los pacientes agradecidos porque en aquellos momentos los hospitales eran lugares a evitar, lugares del miedo. Mi pabellón auditivo izquierdo acababa dolorido al final de la jornada, poco acostumbrado a tener todo el tiempo un auricular pegado. A los pacientes que venían irremediablemente a tratamiento ha habido que atenderles con mascarillas, distancia y solución hidroalcohólica, tratando de diferir, acortar o adaptar los tratamientos en función de la situación epidemiológica del momento.
Este minúsculo ser nos ha puesto en jaque y patas arriba todo lo que desde éste y otros foros íbamos predicando en términos de humanización sanitaria. El miedo al contagio ha dado lugar a conductas digamos «poco humanas» en los momentos en que los pacientes más lo necesitaban. Todos hemos visto horrorizados a pacientes sufriendo su enfermedad sin el calor de los suyos o incluso personas que al ser hospitalizadas por la infección y tener un curso fatal no han tenido la posibilidad de despedirse de sus seres queridos. Incluso muchas veces esa despedida ha sido transferida al personal sanitario vestido con su EPI de astronauta, conllevando a un estrés emocional sin precedentes para ellos.
Todos esperamos con ansia una vacuna que nos devuelva esa normalidad soñada, sin mascarillas, sin distancia de seguridad, con posibilidad de expresar los afectos tan intrínsecamente humanos. Os puedo asegurar que la vacuna la tenemos en nuestras narices y se llama COMPASIÓN. Compasión con mayúsculas. Cultivar la compasión nos facilita ese necesario acercamiento al sufrimiento humano sin contagiarnos, ofreciéndonos fortaleza emocional y poder seguir caminando. Ciencia y humanización deben bailar juntas, acompasadamente y en armonía dando lugar a esa coreografía perfecta, sublime y que nos llena el corazón de buenas sensaciones.
Post de Virginia Ruiz
Una aproximación cercana a lo vivido estos meses atrás durante el periodo de confinamiento desde la óptica de una profesional que tiene en los pacientes de cáncer, entre otros objetivos, la humanización de su asistencia.
Gracias José Antonio por tu amable comentario. Un saludo.